Cómo un Misionero aprendió a "Escuchar" a Dios luego de una crisis de salud


Por Víctor Reyes

Silencio, nada más que silencio

Me encontraba en la misión comenzando la sexta semana del traslado, era la última semana y tenía la sensación de que me iría del área. Tenía 7 meses y a las 3 de la madrugada del 1° de febrero comenzó el problema. Dolor en el pecho y brazo izquierdo, me asusté. En casa estudiaba algo relacionado con la salud, «síntomas de infarto» pensé. «¡Imposible!» le siguió al instante. Quería que fuera una pesadilla, lo rogué, pero el dolor era real. 

Partimos a un centro médico, tomaron mis signos vitales. Temperatura y Presión Arterial normales, el dolor no se iba. La doctora sugirió un electrocardiograma (ECG) y ahí apareció lo que no me gustó. –Infarto en evolución – dijo ella. «Me mandarán a casa si no me recupero rápido» pensé. Ella, muy optimista, me dijo que no creía mucho lo que aparecía en el ECG así que me hicieron los estudios pertinentes para confirmar o descartar lo que se veía ahí.

Eran las 6 de la mañana y pasaban muchas cosas por mi cabeza, entre ellas el deseo de quedarme, no quería volver a casa después de todo lo que costó llegar a la misión. El resultado de los estudios sanguíneos lo dijeron todo, hasta ese momento era un infarto.

Nada coincidía, mi condición física no parecía ser suficiente para justificarlo, ¿era congénito?, en ese momento me culpaba por pensar demasiado.

El dolor se fue, pero era temprano, llegaron mis Presidentes de Misión, era tiempo de la llamada, pero para ser sinceros no quería que ocurriera eso, eso significaba preocupar a mis padres y no me agradaba mucho la idea. Sin embargo, no era mi decisión así que obedecí. 
– Mamá... me quiso dar un infarto” – traté de no agitarme en la llamada, no funcionó, todos fuera de la sala antes de que el dolor volviera. Llegó un cardiólogo, – ¿está seguro de que no se drogó? – era la quinta vez que me lo preguntaban y ya estaba sospechando que tomar un paracetamol para el dolor de cabeza podría considerarse drogarse.
–No, no me drogué. Soy un misionero – dije con voz firme, suponiendo que al decir que era un misionero ayudaría a que dejaran de preguntarlo. Quería respuestas, quería saber si iba a poder quedarme, esa era mi prioridad. Lamentablemente el centro médico no tenía la tecnología suficiente para estar seguros de un diagnóstico, por lo que me trasladaron a la Ciudad de México en ambulancia. Era la primera vez en mi vida que entraba en una ambulancia y también era la primera vez que viajaba tan rápido. Llegamos a un hospital y me sentía más nervioso que antes, era obvio que no iba a volver a mi área en esa tarde.


Para cuando me di cuenta de que estaba en el hospital vi a muchos doctores, al parecer un caso de infarto en un joven con el colesterol bajo llama la atención y no es muy común. Eran 5 estudiantes de medicina, 2 enfermeras y el médico guía, me sentía como en una película, pero de verdad quería que fuera una pesadilla. Llegó un médico un poco diferente, alto, calvo, sin su bata blanca, tenía un apellido extraño y difícil de recordar.

– ¿puedo llamarlo Dr. House? – le dije.
– ¿por qué Dr. House? – dijo riendo.
– no veo su bata, por eso – dije siguiendo con la broma, la verdad cuando dije “puedo llamarlo Dr. House”, pensé que sólo lo había pensado, pero al parecer no fue así.

A parte de preguntarme un par de veces más si me había drogado, Dr. House (porque no recuerdo su apellido), hizo preguntas diferentes, lo que le llevó a una conclusión diferente a los demás. – Estoy seguro de que es miocarditis – dijo él. ¿Qué era eso? ¿Entonces iba a poder quedarme en la misión? El paso siguiente era confirmarlo, me hicieron los estudios pertinentes, dentro de ellos un escáner de pecho.

El hospital era grande y muy blanco. Estaba cansado y con algunas cosas que aún no procesaba. La gente era muy amable conmigo, parecía un buen hospital y en ese sentido me sentí bendecido. Mi compañero estaba ahí, intentando darme ánimo y bromeando, la verdad fue una luz en ese día.
Los resultados del escáner estaban listos y Dr. House venía acompañado de alguien más.

Tampoco recuerdo su nombre, pero tenía un parecido increíble con Juan Gabriel – Confirmamos la miocarditis, te seguiremos dando antiinflamatorio como ayer para disminuir la inflamación de tu corazón, tuviste mucha suerte, pero esperaremos una semana para ver si tienes arritmias – dijo Dr. House. Aliviado por eso me comenzaba a cuestionar la presencia del otro médico, no es que no me guste ver a los médicos, pero todo tiene un propósito – Pero encontramos algo más – dijo Dr. House, ahora ya me sentía dentro de una película – tienes algo en tu pulmón, no sabemos qué es, es un hallazgo – dijo el otro doctor que a partir de ahora llamaré Juan Gabriel.

Me dijeron las posibilidades, era muy probable que fuera tuberculosis, era el 90% más esperanzador en ese momento, el otro 10% era difuso, nadie quería decir cáncer porque a todos les causa pánico, pero estaba ahí, dentro de las posibilidades.

Mientras tanto mis presidentes de misión hablaban con la médico del área, dadas las posibilidades decidimos no contarle nada a mi familia sobre el hallazgo, ya estaban con una noticia complicada y sin una certeza de lo que era el “hallazgo” era muy difícil transmitir seguridad por teléfono. Les daríamos los detalles de todo cuando estuviera confirmado. Comenzaron una serie de estudios para determinar qué era basándose en la teoría de que fuera tuberculosis.

Esa fue la semana más larga de mi vida.


Me preguntaba el porqué, no quería volver, estaba esforzándome por ser un misionero obediente, me había costado tanto llegar hasta ahí que pensé que todo había sido en vano. Oraba, mucho. Tenía una tos que no me dejaba dormir y eran noches difíciles. No salía de mi cabeza la posibilidad de que eran mis últimos días en la misión. De pronto todo se fue a silencio. En ese momento una de mis noches más oscuras se transformó en infierno. No sentía nada. Rogaba por sentir el Espíritu, oraba, leía, pero nada. Era como si se hubiera ido, como si me hubiera dejado solo cuando tenía más preguntas. Mis ojos hinchados por el llanto de la noche anterior, pero el intentar mantener el ánimo para que los demás no se den cuenta.

Mi familia llamaba todos los días en esa semana, mis padres preocupados por todo lo que pasaba «si les cuento algo del pulmón será peor» concluí.

La noche llegaba y comenzaba nuevamente. En una de esas noches le hablé molesto, todavía no respondía, ni siquiera sabía si me estaba escuchando. Había recibido respuesta a mis oraciones anteriormente y de una u otra forma podía llegar a sentir que me estaba escuchando, al menos ese era mi consuelo cuando la respuesta tardaba en llegar.

¿Acaso no soy un representante de tu Hijo? ¿Por qué me haces esto justo ahora? ¿Acaso hice algo que te ofendiera como para no hablarme? ¿Sabes? Puedes llegar a ser bastante frustrante. Silencio, nada más que silencio.

Salí del hospital, estaba feliz de salir de ahí (aunque la comida era deliciosa), me esperaban 2 semanas de reposo. Fuimos por mis cosas, mi compañero empacó todas mis cosas en mis maletas y nos fuimos a la “Casa Verde”. Esa casa era un poco más grande que las demás, era la casa de los secretarios y asistentes, lo suficientemente grande como para recibir una buena cantidad de misioneros cuando llegaban al campo. No creí volver ahí, en ese momento, para ser sincero solo esperaba volver ahí cuando me fuera al aeropuerto y cuando tuviera que renovar mi visa, pero esa ocasión era diferente, ahora la casa verde era mi área. Lo bueno es que todas las personas en mi área eran muy activos en la iglesia.

Caminaba sin problemas, pero me cansaba rápido. Al entrar a la casa mi instinto me dijo que subiera la escalera como siempre lo hago, saltando. Eso definitivamente fue una mala idea. Seguía esperando los resultados de los estudios para tuberculosis. Me pidieron usar cubrebocas bajo la recomendación de la médico del área.

Presidente era muy directo, me gustaba eso de él. Fue al grano – Elder Reyes, si llegara a tener tuberculosis usted tendrá que volver a casa para seguir un tratamiento de aproximadamente 9 meses – Lo dijo sin rodeos, no esperaba menos de él. Lo agradecí, pero eso no hizo que la posibilidad doliera menos. Mientras tanto todo seguía igual, silencio, nada más que silencio.

Era el fin de un ciclo y, por lo tanto, el inicio de uno nuevo – Haremos un viaje en vez de dos – Dijo uno de los asistentes. La idea era ir al aeropuerto y esperar ahí lo suficiente como para ir a recibir los resultados de los estudios. Nos despertamos en la madrugada y partimos, se iban un par de amigos míos, todavía los extraño.

Llegó la hora, es oficial, no es tuberculosis. El miedo se apoderó de mí, pero todo era silencio, nada más que silencio. – Haremos una broncoscopía con crio-biopsia – Dijo Juan Gabriel. En palabras sencillas iban a dormirme y sacar un trozo de esa pelotita para analizarla. Era la segunda vez que entraba a un quirófano, la primera fue cuando nací. Llegamos nuevamente a las oficinas de la misión para prepararnos y volver para la intervención.

– Le daremos una bendición – Dijeron los asistentes
– Está bien – aunque sintiera que no me estaba respondiendo, no iba a negar las cosas que había sentido antes.
Volvimos al hospital, horas después me encontraba en el quirófano.
– ¿Estás cómodo? – Dijo el doctor
– Solo un poco nervioso –
– Todo saldrá bien –
– ¿Está bien si nos sacamos una selfie? – Solo unos segundos después me di cuenta de que había hecho esa pregunta. Estaba descubriendo una parte de mí, cuando estoy nervioso digo cualquier cosa.

Nos sacamos una selfie espectacular, ahora que la veo recuerdo ese momento y me da un poco de risa, hasta lo disfruto.

– Respira profundo – comenzaría la anestesia
– ¿Podemos contar desde 10 como en las películas? – Debía aprovechar ese momento para hacerlo, uno nunca sabe.
– 10, 9, 8, 7, 6 – contaba rápidamente
– ¡Vas muy rápido! Ve más lento – dijo el anestesiólogo
– 5... 4... – no recuerdo haber dicho tres.



Silencio, nada más que silencio.

El reposo fue interesante, mi compañero era una persona completamente diferente a los que había conocido antes. Una persona con mucho conocimiento de las escrituras y de la doctrina. Seguía estudiando las escrituras, buscaba algo. Me comenzaba a sentir menos frustrado que antes.

Los resultados de la broncoscopía estaban listos, era un hongo.
– Tal vez lo tuviste hace años – dijo Juan Gabriel
– ¿cómo es eso? – respondí un poco asombrado
– Ese hongo estaba creciendo en tu pulmón, tu cuerpo lo estaba combatiendo, pero en un tiempo más te habría causado muchos problemas –

Ahora las cosas parecían tener sentido. Me dieron un tratamiento que me mantendría en la misión. ¡Estaba feliz! Me quedaba, todavía podía continuar. Sin embargo, había algo que todavía me dejaba intranquilo, todo era silencio, nada más que silencio. Comencé a orar de forma diferente, dejé de quejarme buscando una respuesta, buscando que me consolara como un padre consuela a su hijo. Me puse a hacer lo que sabía que tenía que hacer, trabajar.

Con el paso del tiempo comencé a sentir nuevamente, no fue una experiencia como si se me apareciera un ángel, no fue en una arboleda sagrada, no fue en el templo. La verdad no puedo recordar un lugar específico de cuando volví a sentir el Espíritu. Intenté escribir esta historia antes y me di cuenta de unos detalles. Las bendiciones del Sacerdocio que recibí, el cuidado de mis compañeros en el hospital, el optimismo y el cariño de las personas que me rodeaban.

Me di cuenta de que siempre estuvo ahí, me di cuenta de que escuchó las quejas y las frustraciones de uno de sus hijos y al mismo tiempo le estaba salvando la vida. Me di cuenta con esos pequeños detalles que mi Padre realmente me ama, me di cuenta de que sus caminos son perfectos. Aprendí que Él siempre escucha, pero aún más importante, siempre responde. A veces esa respuesta es “por favor sólo confía en lo que estoy haciendo”, personalmente es lo que más me costó hacer en ese momento, no lo ví, estaba buscando algo similar a las respuestas que me había dado antes.

Comprendí que el sentirnos abandonados no significa que lo estemos, el sentirse inseguro no significa que realmente estemos corriendo peligro. Comencé a reflexionar en cada posible intervención que Él hizo. “Todo va a estar bien” era lo que más se repetía, es mi frase favorita, pero me costaba aceptarlo.

Por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas, el Señor actúa de esa manera, de forma sutil, casi imperceptible si no ponemos atención. La voz del Espíritu no es una voz que actúe como un megáfono para que varias personas puedan escuchar la misma voz, sino que es una voz que actúa de forma personal es la voz que penetra hasta el alma misma. A partir de ese momento aprendí mucho sobre cómo escucharlo de mejor manera. Al principio deseaba que fuera una pesadilla, con el tiempo me di cuenta de que ha sido uno de los mayores regalos que he recibido.


Comparte mediante los botones y comenta con Facebook más abajo

Hernán Felipe Toledo

Ingeniero, viajero, creador de comunidades y amante de difundir inspiración. Actualmente sirve en una Presidencia de Estaca.

Comenta con Facebook

Publicar un comentario

Artículo Anterior Artículo Siguiente

Formulario de contacto