Los David y los Goliat, por el Presidente Spencer W. Kimball



Los David y los Goliat - Presidente Spencer W. Kimball, 1974
Mis hermanos, es maravilloso estar con vosotros esta noche, calculando que somos aproximadamente unos 195.000 poseedores del sacerdocio entre los que estamos aquí y los que están escuchando esta conferencia.  Hoy os rendimos tributo y os expresamos nuestro gran afecto.
Hace muchos años, cuando me encontraba yo en la presidencia de la Estaca St. Joseph, de Arizona, un domingo me tocó ir al barrio llamado Edén.  Se trataba de un pequeño edificio y la mayoría de las personas se apretujaban cerca de la plataforma en la que nos encontrábamos sentados, a unos cuarenta centímetros sobre el nivel del piso de la capilla.
A medida que se desarrollaba la reunión, me llamaron la atención siete pequeños varones que se encontraban sentados en el primer banco de la capilla; me quedé encantado de verlos en esa conferencia de barrio, Después de mirarlos por un instante seguí observando otras cosas, pero al poco rato volví a centrar mi atención en los jovencitos.
Me pareció extraño notar que cada uno de ellos levantaba la pierna derecha y la cruzaba sobre la izquierda al unísono; un poco después, y también todos al mismo tiempo, cambiaban el cruce de la pierna de la izquierda hacia la derecha.  En ese momento me pareció extraño, pero no le presté mayor atención.
Poco después no pude menos que ver que al igual que lo habían hecho con el cruce de las piernas, todos los niños al mismo tiempo se pasaban la mano por la cabeza para más tarde, inclinarse al unísono y todos ellos apoyar la cabeza sobre una mano y luego volver a cruzar las piernas todos al mismo tiempo y de la misma forma.
La escena me pareció muy extraña, y casi al mismo tiempo en que pensaba cuál podría ser el significado de todo aquello, me encontraba tratando de hilvanar algunos pensamientos con respecto a lo que habría de decir durante la reunión que se estaba llevando a cabo. Al encontrarme sumido en esos pensamientos, de repente se me hizo la luz y la verdad de lo que había estado sucediendo me cayó como si fuera un rayo. ¡Esos jovencitos estaban imitándome!
Ese día aprendí una de las grandes lecciones de mi vida. Aquellos que nos encontramos en posiciones de responsabilidad y autoridad, debemos ser sumamente cuidadosos, porque otros nos están observando e imitan nuestro ejemplo.
El ejemplo es una importante característica en la vida de un niño.  Hay en general, muy pocas personas que dirigen, pero muchas que siguen el ejemplo dado por el director.  Es por lo tanto, muy importante que todos los jóvenes poseedores del Sacerdocio, desarrollen el poder y el talento de la dirección para dar después el mejor de los ejemplos.
Esto será muy importante en vuestra vida.  Si tenéis hermanos menores recordad que ellos os observan y escuchan, y no sería improbable que trataran de imitaros e hicieran y dijeran lo mismo que vosotros hacéis y decís.
Espero que recordéis esto durante vuestra adolescencia.  Recordad siempre que, en general si asistís a vuestras reuniones y hacéis lo que debéis, es muy probable que vuestros hermanos menores sigan vuestro ejemplo.
Esto es también aplicable a vuestro trabajo misional.  Si vuestros hermanos pequeños observan que sois fieles en los cursos de seminario e instituto, que lo enfrentáis todo con una actitud positiva, que os estáis preparando para ir a una misión, sus pensamientos y sentimientos serán alineados y preparados del mismo modo.
El dramaturgo romano Terencio, dijo: “Le propongo contemplar la vida de los demás como si mirara en un espejo, y de ellos tomar el ejemplo para sí mismo.”
Esopo dijo en una de sus fábulas: “Sólo dame el ejemplo y yo te seguiré”.
El ejemplo es sin lugar a dudas el mejor precepto y el autor inglés Samuel Johnson, dijo que “el ejemplo es mucho más eficaz que el precepto”.
Quisiera recordamos jóvenes, que ahora os encontráis edificando vuestra vida futura, no importa los años que tengáis.  Esta vida puede llegar a ser de muy poco valor, o podéis llegar a convertirla en algo verdaderamente valoraba y hermoso.  Puede estar llena de actividades constructivas o destructivas; puede ser llena de gozo y felicidad o llena de miseria.  Todo dependerá de vosotros y de vuestra actitud, de vuestra altura para enfrentar la vida, ya que llegaréis donde os lleve la forma en que respondáis a las distintas situaciones que debáis afrontar.  Recordad siempre que ya estéis en Suiza, en Canadá o en Argentina, estaréis en contacto con gente que en todo momento pondrá a prueba vuestra calidad, personas que pasaron por las mismas dificultades que vosotros estaréis pasando en ese momento.
Se dice que cuando Abraham Lincoln era apenas un joven, hizo su primera campaña política como candidato a la legislatura del estado de Illinois, oportunidad en la que fue terminantemente derrotado.  Poco después se dedicó a los negocios, empresa en la que también fracasó, teniendo que pasar diecisiete años de su vida pagando en efectivo las deudas contraídas por un socio que no valía nada.
Se enamoró de una hermosa joven con la cual se comprometió para casarse, Y al poco tiempo ella falleció. Volvió a tratar suerte en la política y se postuló como candidato para la Cámara de Diputados, oportunidad en la cual también fue lastimosamente derrotado. Trató de conseguir un empleo en el Ministerio de Tierras pero fracasó; se presentó nuevamente como candidato al senado de los Estados Unidos, oportunidad en la que también fue derrotado. En 1856 se presentó como candidato para la vicepresidencia del país y fue vencido nuevamente; pero a pesar de todos estos fracasos y derrotas, llegó a alcanzar el más alto de los éxitos que se pueden lograr en la vida, y una justificada y eterna fama. Este es el Abraham Lincoln que llegó a ser Presidente de los Estados Unidos; éste es el Abraham Lincoln sobre quien se escribieron tantos libros y que esculpió su propio éxito en la montaña de la adversidad.
Nuevamente quisiera repetiros que haréis de vuestra vida lo que os propongáis hacer.
Un escritor anónimo dijo lo siguiente: “Agradeced que haya grandes obstáculos en la vida, y regocijaos también de que sean más altos de lo que mucha gente puede escalar; regocijaos de que sean numerosos. Esos son los obstáculos que os dan la oportunidad de esforzaros y llegar al frente sobrepasando a la multitud. Los obstáculos son vuestros aliados, porque si no fuera por ellos, habría muchos que podrían ganaros en la carrera.” Quisiera contaros una historia acaecida hace ya mucho tiempo, sobre lo que hizo un joven con su juventud. Hace unos tres mil años, cuando Saúl era Rey de Israel y después de probar que era indigno de su alta posición, el Señor envió al profeta Samuel para que buscara un sucesor para el trono. El Profeta fue entonces a la casa de Isaí, que era padre de ocho muchachos. Una vez allí, llamó a los jóvenes para entrevistarlos. Cuando el padre le llevó orgullosamente a Eliab, pensó: “De cierto delante de Jehová está su ungido.” “Pero Jehová le respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:11 ).
El orgulloso padre le llevó entonces a su segundo hijo, el que tampoco fue aceptado. Siete apuestos jóvenes llegaron uno tras otro hasta el profeta Samuel, quien le dijo al padre, “¿Son éstos todos tus hijos?”, respondiendo Isaí, “Queda aún el menor, que apacienta las ovejas. Y dijo Samuel a Isaí: Envía por él” (Véase 1 Samuel 16:11).
El más joven de los hijos de Isaí era un joven apuesto, de una hermosa personalidad, y tal vez muy tostado por el sol, ya que se trataba de un pastor de ovejas que pasaba grandes temporadas a la intemperie con los rebaños. Al verlo, el Señor inspiró a Samuel, quien dijo: “Este es” (1 Samuel 16:12). Y al reunirse el padre y los hermanos a su alrededor, Samuel tomó el cuerno de aceite y ungió a David para que llegara a ser el próximo Rey de Israel.
En aquel entonces los filisteos, acérrimos enemigos de Israel, avanzaron para intentar nuevamente la conquista del país, atrincherándose en una parte estratégicamente alta del terreno; el ejército de Israel se encontraba en unas colinas opuestas y había un valle que separaba a ambos contendientes.
Al enfrentarse los ejércitos en los movimientos preliminares de la batalla, un gigante filisteo llamado Goliat se adelantó hacia la “tierra de nadie” y desafió a los israelitas diciendo:
“¿Para qué os habéis puesto en orden de batalla? ¿No soy yo el filisteo, y vosotros los siervos de Saúl? Escoged de entre vosotros un hombre que venga contra mí.
Si él pudiere pelear conmigo, y me venciere, nosotros seremos vuestros siervos; y si yo pudiere más que él, y lo venciere, vosotros seréis nuestros siervos y nos serviréis (1 Samuel 17:8-9).
Se trataba realmente de un gigante de fiero aspecto. Medía unos tres metros y sobresalía en altura por sobre todos los demás soldados; llevaba un fuerte casco de bronce y le cubría una pesada cota de malla. Las protecciones de bronce que llevaba en las piernas y los brazos, entre los hombros, reforzaban tremendamente su aspecto. La lanza que llevaba era exageradamente larga en comparación con las de los demás soldados, y su espada tenía el filo de una navaja. Tenía además un escudero a su servicio.
Se trataba en verdad de un antagonista formidable para el más temerario de los guerreros. No es de extrañar entonces que los de Israel quisieran evitar la clase da enfrentamiento que el gigante Goliat proponía. Ninguno tenía la valentía ni el arrojo de arriesgarse en tal empresa, por lo que es comprensible que los soldados israelitas retrocedieran y temblaran ante la sola idea del encuentro con Goliat. En el preciso momento en que tan vitales acontecimientos tenían lugar, el padre Isaí se encontraba sumamente preocupado con la suerte que podían haber corrido sus tres hijos mayores, quienes habían sido llamados a las filas de los ejércitos de Saúl. Aparentemente David se había hecho cargo de los rebaños familiares mientras los hermanos mayores servían en el ejército.
El bondadoso padre hizo volver a David de los campos y le encomendó una determinada cantidad de grano tostado y algunos panes, enviándolo con esas provisiones al campamento de los israelitas para llevárselas a sus hermanos, y con diez quesos para llevar al capitán.
El joven David se levantó temprano, y después de hacer todos los arreglos para dejar los rebaños al cuidado de una persona responsable, a fin de que nada malo les sucediera durante su ausencia, comenzó su jornada rumbo a los campos de batalla donde tenía lugar la escena del desafío del gigante filisteo.
En el preciso momento en que David llegaba al lugar de referencia, el ejército israelita se aprestaba para la batalla con estruendosos gritos de guerra.
David dejó el carruaje en el que viajaba al cuidado del sirviente que le había acompañado, y corrió al encuentro de sus hermanos que formaban parte del ejército. En ese momento, el filisteo nuevamente lanzó su grito de desafío, tal como lo había estado haciendo durante los cuarenta días que hasta entonces había durado la guerra.
Al mezclarse David con los soldados, los hombres decían: “¿No habéis visto aquel hombre que ha salido? El se adelanta para provocar a Israel. Al que le venciere, el rey le enriquecerá con grandes riquezas, y le dará su hija, y eximirá de tributos a la casa de su padre en Israel.” (1 Samuel 17:25).
David no fue bien recibido por su hermano mayor, quien se enojó con él por ciertas cosas que dijo, y le expresó: “¿Para qué has descendido acá? ¿Y a quién has dejado aquellas pocas ovejas en el desierto? Yo conozco tu soberbia y la malicia de tu corazón, que para ver la batalla has venido” (1 Samuel 17:28).
David pareció molestarse con lo expresado por su hermano, y dijo: “¿Qué he hecho yo ahora? ¿No es esto mero hablar?” (1 Samuel 17:29). El sabía que había una poderosa razón para su presencia allí y que todo había sucedido por inspiración, para salvar a Israel. La inspiración o revelación de David se le había comunicado al rey Saúl, quien llamó al joven y éste le dijo: “No desmaye el corazón de ninguno a causa de él, tu siervo irá y peleará con este filisteo” (1 Samuel 17:32). Pero Saúl se perturbó y le dijo a David: “No podrás tú ir contra aquel filisteo, para pelear con él; porque tú eres muchacho y él un hombre de guerra desde su juventud.
David respondió a Saúl: Tu siervo era pastor de ovejas de su padre; y cuando venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada, salía yo tras él, y lo hería, y lo libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo hería y lo mataba.
“Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba y este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al ejército del Dios viviente” (1 Samuel 17:33-36).
Y luego repitió él: “Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo. Y dijo Saúl a David: Ve, y Jehová esté contigo” (1 Samuel 1 7:37).
A continuación, Saúl le puso su armadura de guerra a David, pero le resultó tan pesada que no la pudo soportar y la desechó. “Yo no puedo andar con esto, porque nunca lo practiqué’ (1 Samuel 17:39).
David se dirigió hacia el gigante que esperaba del otro lado del valle, y al cruzar el arroyo, se inclinó y recogió cinco piedras pequeñas y las guardó en su bolsita de pastor, y con la honda en la mano prosiguió su camino para enfrentarse al filisteo.
Al ver que el muchacho se aproximaba para aceptar el reto y pelear con él, el gigante se enfureció por semejante afrenta. El esperaba enfrentarse con un verdadero guerrero y no con un muchachito inexperto y hermoso y en su enojo y disgusto, dijo:
“¿Soy yo perro, para que vengas a mí con palos? Y maldijo a David por sus dioses.
Dijo luego el filisteo a David: Ven a mí, y daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo” (1 Samuel 1 7:43-44).
Levantándose entonces David en su majestad, le dijo al filisteo:
“Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel.
Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza: porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos” (1 Samuel 1 7:45-47).
Tanto el filisteo como el joven pastor se acercaron confiadamente el uno al otro.
“Y metiendo David su mano en la bolsa, tomó de allí una piedra, y la tiró, con la honda, e hirió al filisteo en la frente; y la piedra quedó clavada en la frente, y cayó sobre su rostro en tierra” (1 Samuel 17:49).
Me pregunto cuántos de vosotros jóvenes habéis tenido y usado una honda. Cuando yo era jovencito, hacíamos nuestras propias hondas, recogíamos piedras, buscábamos blancos apropiados y poníamos en práctica una técnica que llegamos a dominar completamente en el lanzamiento con la honda. Tomábamos un pedazo de cuero de unos cinco centímetros de largo, le dábamos una forma elíptica, hacíamos un pequeño agujero en cada extremo de los que atábamos un tiento de cuero; uno de éstos tenía un nudo especial en el cual metíamos un dedo para efectuar el lanzamiento. Poníamos entonces la piedra en el cuero: revoleábamos la honda con la piedra por sobre la cabeza hasta alcanzar gran velocidad, y en determinado momento que considerábamos oportuno, soltábamos uno de los tientos mientras sosteníamos el otro, dejando salir así la piedra rumbo a su inevitable destino.
En realidad, solíamos hacer todos los instrumentos para nuestro entretenimiento: las hondas, los silbatos (pitos), las pelotas y otras cosas que aprendíamos a usar con extrema habilidad.
“Así venció David al filisteo con honda y piedra; e hirió al filisteo y lo mató, sin tener David espada en su mano” (Tan sólo con una honda) (1 Samuel 1 7:50).
Todo lo que David utilizó en su batalla con Goliat, fue una piedra, una honda, inspiración y revelación. Tuvo la valentía necesaria, la fortaleza; tuvo fe en sí mismo, pero en especial, tuvo fe en su Padre Celestial, a quien él siempre elevaba sus oraciones.
Los cuarenta días de desafíos, de vanidades y de jactancias, finalizaron con la muerte para el gigante filisteo.
Evidentemente, para atemorizar al enemigo, David fue hasta donde yacía el cadáver de su antagonista y le cortó la cabeza. Este hecho, por lo impresionante, pareció conseguir el resultado deseado. El enemigo, vista la completa derrota de su campeón, huyó del campo sin presentarle batalla al ejército de Israel, siendo así como sólo un jovencito derrotó a todo un ejército. Los israelitas persiguieron a los filisteos y los derrotaron en forma total.
El Rey averiguó quién era el muchacho que había realizado tan formidable proeza, y su hijo Jonatán le regaló a David su espada, su arco y su talabarte. Dice la escritura: “Y David se conducía prudentemente en todos sus asuntos, y Jehová estaba con él” (1 Samuel 18:14).
Vosotros, mis queridos y jóvenes hermanos, recordad que cada David tiene su Goliat para vencer, y que todo Goliat puede ser vencido. Tal vez no se trate de un valiente que pelee con los puños, con una espada o con una arma, hasta puede no ser de carne y huesos; puede ser que no tenga los tres metros de altura de Goliat, y probablemente —en la gran mayoría de los casos— tampoco esté protegido con una armadura fuerte y pesada como la del campeón filisteo; pero lo que sí es seguro, es que cada muchacho tiene su propio Goliat que enfrentar. Pero cada muchacho también tiene su honda, y cada uno de vosotros tiene también acceso al arroyo donde podéis juntar las pulidas piedras para utilizar como proyectiles.
Vosotros tendréis que enfrentar a Goliats que en un momento o en otro os amenacen. Ya sea que vuestro Goliat sea un bravucón, o la tentación de robar o de destruir algo cuando tenéis la oportunidad de hacerlo, o que tal vez se presente con el disfraz de la lujuria y el pecado, o la inevitable necesidad de evitar la actividad en la Iglesia; de cualquier modo o cualquier cosa que sea, puede ser vencido. Pero recordad que para ser vencedores, debéis seguir el camino establecido por el joven David:
“Y David se conducía prudentemente en todos sus asuntos, y Jehová estaba con él.”
David era un joven íntegro que aplicaba sus principios en el cuidado de las ovejas de su padre; no dejó descuidados los rebaños cuando tuvo que cumplir con otro encargo de su padre; se trataba de un joven responsable. Tenía bajo su completa responsabilidad la seguridad de las majadas familiares; por la seguridad de esas majadas, mató con sus propias manos a bestias tan salvajes y poderosas como el oso y el león, arriesgando su propia vida en el proceso; rescató al corderito de las fauces de la bestia y lo devolvió a la seguridad de su madre. David recogió cinco piedras para enfrentarse y matar a Goliat, pero necesitó solamente una. Era un joven honorable y tenía fe en su Padre Celestial; y lo principal es que no temía a ningún hombre siempre que contara con el apoyo de su Señor. Vituperó al gigante filisteo, diciéndole:
“Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado” (1 Samuel 17:45).
Hace algún tiempo recorté un artículo de una revista en circulación, que decía: “En un momento u otro de la vida, todos nos enfrentamos con los helados vientos de la adversidad. Un hombre huye de ella, tal cual una cometa a la que se le ha roto el hilo, cae a tierra. Otro no cede ni un solo centímetro, y el viento que lo hubiera destruido, rápidamente lo eleva a grandes alturas. No somos clasificados o juzgados por las pruebas a las que nos enfrentamos, sino por las que logramos sobrellevar.”
Un anuncio puesto por una empresa encargada de instalar un acueducto, decía:
“Ni los ríos, ni las montañas, ni los océanos con sus poderosas aguas logran detener nuestras fuerzas de trabajo. Aquello que no podemos atravesar, lo sobrepasamos, lo construimos bajo tierra o lo rodeamos”
Una de las obsesiones de esta Iglesia y de todos los miembros, es la obra misional, a la cual se refirió esta noche el hermano Tuttle.
El Señor les dijo a sus apóstoles, como lo representa el hermoso mural que se encuentra en el edificio de las oficinas de la Iglesia, que fueran a predicar el evangelio a todo el mundo y a toda criatura. (Mateo 28:19-20.)
Quisiera recordaros nuevamente jóvenes, que vuestra responsabilidad es responder a ese llamamiento. Si recibís un llamamiento del Señor a través de vuestro obispo y el presidente de la estaca, tenéis el privilegio pero también la obligación de cumplir lo mejor que podáis. Y ya que desde ahora os estableceréis la meta de cumplir una misión, recordad que cuesta mucho dinero ir a las distintas partes del mundo y predicar el evangelio. Recordad por lo tanto que tenéis el privilegio de comenzar a ahorrar el dinero necesario para que vuestra misión se haga realidad y tenga éxito.
Cada vez que recibáis dinero, ya sea regalado o ganado con vuestro trabajo, apartad aunque sea una parte y depositadlo en una cuenta de ahorros dedicada para vuestra misión. El ideal es que cada joven logre la mayor independencia económica con respecto al financiamiento de su misión, y que trate de depender lo menos posible de sus padres, parientes o amigos. Cada joven de cada país de todo el mundo, que haya sido bautizado y haya recibido el Espíritu Santo, tiene la responsabilidad de llevar el mensaje del evangelio a los pueblos del planeta. Esta es también vuestra oportunidad, que contribuirá poderosamente a vuestra grandeza.
Me gustan estas líneas, de un poema del escritor estadounidense Edgar A. Guest, que él tituló, “Equipado”: Figúrate, mi muchacho, figúrate bien
Todo lo que los grandes hombres
Han tenido: dos brazos, dos manos,
Dos piernas, dos ojos, tú tienes también;
Y tienes un cerebro
Para pensar, si eres sabio.
Sólo con este equipo han comenzado todos.
Decidido di, “Yo puedo”,
Y comienza de ese modo.
Obsérvalos, a los sabios y los grandes.
Sus alimentos se sirven
En iguales platos
Usan cuchillos y cucharas similares
Y con los mismos cordones
Se atan los zapatos
El mundo los ve sabios y valientes,
Mas lo que al comenzar ellos tuvieron,
Tú también lo tienes.
Puedes triunfar y así aprender más.
Puedes ser un gran hombre
Con tan sólo el deseo.
Para luchar por ello bien equipado estás:
Tienes brazos y piernas
Y puedes pensar.
El que grandes empresas ha logrado
Con lo mismo que tú
Su vida ha comenzado.
Sólo tus limitaciones
Habrás de enfrentar.
Tú eres el único que escoger podrá.
Sólo tú has de decidir a dónde llegarás
Y cuánto has de estudiar
Para saber la verdad.
Para enfrentar La vida,
Dios te ha equipado bien.
Mas El te deja decidir
Lo que has de ser,
Encontrarás valor sólo dentro de tu alma.
Para alcanzar la victoria,
No hay más que desearla.
Así es que mi muchacho,
Figúratelo bien:
Con lo que los grandes han nacido
Tú has nacido también.
Equipados igual que tú han comenzado todos;
Entonces di, “Yo puedo”,
Y comienza de ese modo.
—(Traducción libre)
Y quisiera llamaros la atención sobre otro Goliat que puede desafiaros y obstruir vuestro camino. Su nombre es pornografía o corrupción. Escuchad:
Cuando relatas un cuento sucio, ¿te has detenido a pensar qué impresión habrás causado en tus escuchas? ¿Crees acaso que los otros jóvenes lo disfrutan? ¿Crees que porque se ríen tienes suficiente motivo para sentirte orgulloso? ¿Sabes que así estás descubriendo todo lo que está dentro de tu alma? Ello revela tu propia corrupción, proclama tu ignorancia y disgusta a cualquier muchacho decente a quien le atraiga a la diversión sana. ¿Crees que exhibes algo de sentido común cuando muestras a los demás cuán corrupta está tu mente? ¿Sabes que así deshonras a tus padres y amigos?
Piénsalo bien, jovencito, y comprenderás que esto es cierto. Sé un poco más cuidadoso con tu lenguaje. Sé un poco más refinado si deseas merecer el respeto de los que te rodean. Tendrás así una gran ventaja sobre aquellos que tienen la tendencia a ir por la vida en medio del cieno, la corrupción y el pecado.
Leí estas composiciones siendo niño, pero hicieron en mí un verdadero impacto. Espero que también lleguen a vuestro corazón.
En la época de mi niñez en Arizona, casi todos los granjeros cultivaban parcelas de melones que vendían en el mercado. Había entonces unas pandillas de muchachos que, protegidos por las sombras de la noche, recorrían las plantaciones y con sus navajas cortaban y destrozaban tantos melones como podían. No se trataba de comerlos, sino que era sólo una mala y desagradable necesidad de destruir. Nunca pude entender eso, así como tampoco he podido entender jamás la necesidad que sienten algunos de quemar cosas, romper vidrios y otras malas costumbres, destructivas por naturaleza. David no habría hecho algo así. El mató al león con sus propias manos pero lo hizo para proteger las ovejas, que eran el patrimonio familiar. Mató a Goliat, pero en ese caso fue también para defender algo, defender y salvar a Israel. También mató al oso para salvar las majadas paternas.
Tengo la firme esperanza de que si en alguna oportunidad hubiera en vuestra presencia individuos con ideas destructivas, vosotros haríais todo lo posible por disuadirles, especialmente de hacer aquel las cosas que no fueran de su beneficio y que sólo les dejaran como resultado, manchas en su personalidad.
Recordad siempre la escritura de Mormón:
“Sed prudentes en los días de vuestra probación; despojaos de toda impureza; no pidáis para satisfacer vuestras concupiscencias, sino pedid con inquebrantable resolución, para que no os sujetéis a ninguna tentación, sino que podáis servir al verdadero Dios Viviente.”
Tal vez las siguientes palabras de Henry Dyke puedan interesaros:
Los hombres con el pecado su ojos nublaron
debilitaron la luz del cielo con la duda,
las paredes de sus templos para encerrarte edificaron,
y para dejarte afuera sus credos de hierro enmarcaron.
“Dedicado al dios del aire libre.”
Y vosotros, mis queridos jóvenes, no podéis conformaros con ser sólo un tipo promedio. Vuestra vida tiene que estar libre de todas formas de maldad, ya sea de pensamiento o de hecho; no mentir, no robar, no exasperarse, no fallar en la fe, no fallar en hacer lo bueno, no cometer pecados sexuales de ninguna clase y en ningún momento.
Vosotros sabéis lo que es bueno y lo que es malo; todos recibisteis el Espíritu Santo después del bautismo. No necesitáis que nadie juzgue por vosotros como justos o injustos, los actos que habréis de realizar. Ya lo sabéis mediante la ayuda del Espíritu. Vosotros estáis pintando vuestro propio cuadro, esculpiendo vuestra propia escultura. De vosotros solamente dependerá que sea aceptable o no.
Que Dios os bendiga mis queridos jóvenes. 5é que nuestro Padre Celestial es vuestro verdadero amigo. Todo lo que El os pide que hagáis, es justo y os redundará en bendiciones, y hará que lleguéis a ser hombres mejores y más fuertes.
“Y David se conducía prudentemente en todos sus asuntos, y Jehová estaba con él” (1 Samuel 18:14).
Que el Señor os bendiga, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
Discurso original en Inglés: churchofjesuschrist.org

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